jueves, 30 de enero de 2020

Amor

Si me muero,
que esparzan mis cenizas
En el punto más alto de tu cama
que viene a ser algo parecido
al vértigo de observar tu cuello
cuando me cuelgo del lóbulo de tu oreja
y miro ese lunar y esa clavícula
y siento la insoportable necesidad de saltar
como avión suicida
a tus Torres Gemelas
Alquílame tu pecho
para quedarme a vivir siempre ahí
y que a la vez,
nunca sea del todo mío
y siempre tenga que convencerte
para que sea yo,
y nadie más,
tu única inquilina.
Porque contigo he aprendido
que la palabra Libertad
tiene su auge más alto
cuando me coges de la mano
y soy yo quien no quiere soltarte.
Poesía no sé,
pero Amor, eres tú,
y parece mentira que no lo sepas.
Te quiero –te digo.
Te creo –contestas.
Y entonces todo tiente sentido.
Como cuando te explico
que todo aquello del dolor
era un juego peligroso y adictivo
al que acabé suplicando de rodillas
para que no se fuera
           aunque nunca llegase a existir.
Como cuando te digo
que desde que tú,
por fin soy yo,
sin máscaras ni aditivos,
y que por eso ya no necesito matarme
sino vivirte
para saber qué es la vida
           y qué la muerte.
Como cuando estamos en la cama
hablando sin aliento
sobre aquel primer beso
y acabamos teniendo el mejor polvo de palabras
que nunca nadie antes ha leído.
-Perdona:
tú me conociste como la chica triste
que escribía triste sobre cosas tristes,
y nunca te la he presentado:
 La mataste
con la primera sonrisa.
Ataque al corazón a mano armada.
Y me duele como nunca la cara
de tanto reírte,
de tanto sentirte,
de tanto besarte.
Y cómo querer entonces
volver a ser triste,
volver a estarlo-
Así que si muero,
hazme caso,
esparce mis cenizas
desde el punto más alto de tu cama,
y encárgate de que todo el mundo
se lleve un poco de lo que soy ahora
para que al menos dejen de preguntarse
qué es el Amor
        
    y empiecen a vivirlo
        de una maldita vez.
Amor es querer enamorarte cada día
como un alquiler de latidos
en el que siempre acabo siendo yo
la ocupa de tus sentimientos.
El resto,
que se lo pregunten a tu pecho

martes, 27 de diciembre de 2016

1,2,3

Tic toc, tic toc. Avanza el reloj.
La expectativa, las ansias, la plena noción de la propia pérdida. El intenso deseo a punto de ser satisfecho. Entradas, caras extrañas, risas, un asiento incómodo pero infinitas veces más confortable. Los ojos se cierran, la sonrisa del dolor se dibuja; la evasión es un arte maldito, rechazado por muchos pero practicado por todos.
Uno.
El ardor en la garganta, la euforia que recorre las venas como un líquido hirviente. El caldero está helado, y aun así se lo siente como fuego que baña las entrañas, que incendia hasta la última célula al punto de llenarla de furor. Uno, sólo uno, pero el primero es el más satisfactorio de todos porque es un adelanto de lo que vendrá después, un primer aviso del mareo y el naufragio que se lleva tanto tiempo persiguiendo.
Afuera. Risas, muecas, protestas. Buscar, buscar. El siguiente no es distinto del anterior. Otras sillas mal ubicadas, otras caras desconocidas e irrelevantes. Leer palabras vergonzosas, hacer una elección que sería azarosa si no estuviera guiada por el pasado y por el instinto. Más risas.
Dos.
Un apagón que ojalá fuera eterno, unas sonrisas salidas quién sabe de dónde. El inicio del mareo, de una deriva en la que nada importa, nada perdura. Caos generalizado; quizá algunas miradas de desaprobación o rechazo, pero que siempre se ahogan en el vasto océano de la intrascendencia y el desinterés. Alzarse entre carcajadas, respirar el aire exterior como si fuera una adicción, reírse sin motivos y cuestionarse hasta las convicciones más profundas y las ideas más descabelladas. La oscuridad desaparece, los demonios se esfuman entre las sombras. Presa del mareo, las risas, la incoherencia, ahí se encuentra la verdadera libertad.
Tres.
Con el tercero, el reloj se da vuelta.
Empieza la cuenta regresiva.
El tercero es como un domingo por la tarde, satisfactorio por sí mismo, un espanto si se lo mira en contexto. Es el apogeo de la inconsciencia, el punto más alto de una escalera que se sube a tropezones. La dulzura en todo su esplendor. Pero también es el final. El inicio, o más bien el regreso a un destino ineludible y rutinario.
Vuelven el miedo, el apuro, la oscuridad. Los demonios empiezan a salir de sus refugios y enredan sus brazos negros en el cuello, en una asfixia eterna. No es domingo y sin embargo lo es: el regreso del infierno, de una realidad de la que nunca se puede escapar por completo.
Ojalá el mareo fuera eterno.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Me encontrarás en un semáforo en rojo, en un callejón, tal vez en una librería, en un concierto. No querrás saber nada de peines, de pasados ni eternidades. Tendrás las estanterías llenas, el corazón roto, los ojos tristes aunque sabrás sonreír con ellos. Beberás café solo, quizá whisky. Escribirás. Gastarás más dinero en libros que en comida. Tendrás hoyuelos, al menos uno. Traerás la intensidad de vuelta después de este frío. Vendrás, quizá con la primavera, para no irte. Vestirás de actor francés. Llevarás sombrero, puede que barba, tendrás los labios secos. Odiarás el flash. Me enseñarás a amar la lluvia. Olerás a novela antigua, a papel de regalo, a mar. Cargarás con historias a la espalda, hablarás de sentimientos siempre. Encerrarás la vida en una jaula de puertas abiertas. Serás palabra, abrazo, carcajada.